La refundación de El Salvador:
nuevos escenarios para salvadoreños dentro y fuera del país con visión de nación
El problema de los partidos políticos sin renovación y sin proyecto político propio
Como siempre sucede en las sociedades con rasgos de inmadurez institucional, política y educativa, los proyectos políticos sustentados al amparo de formas organizativas partidarias tradicionales, anacrónicas o definidas por pequeños grupos élite, terminan siendo asimilados por la sociedad mayor, es decir, por la cultura política construida y sostenida durante todo su proceso histórico, a ello se debe que aún muchos de los llamados partidos de “izquierda” o “derecha” terminan siendo la imitación burda de la conducta política-cultural de los grupos económicos, culturales o sociales a quienes le han disputado el poder y control social, económico y político en todos los órdenes y esferas del estado nacional.
Tal como he señalado en múltiples ocasiones, no cabe duda que la cultura de los grupos de poder se reproduce en el pueblo, pero además, resulta que ahora, aún en medio del nuevo reordenamiento del capital internacional que exige transformaciones sociales aún en aquellos países más rezagados, con pensamiento anacrónico, con formas de capital feudal y con precaria producción material e intelectual, las formas de organización de la política nacional parece no tener modificación alguna. Se trata de un sistema político nacional arraigado en diseños electorales simples, de uso simbólico primario pero que en efecto, produce resultados en el momento propicio de la votación. Desde luego que dicho resultado solo puede ser explicado por la continuidad de quienes determinan el sistema y el control de que dicho modelo sobreviva. Con ello se aseguran su propia existencia tanto el plano material como político. De igual forma sucede con el complejo social. Mientras la sociedad permita su condición de esclavitud, sin visión de futuro, rezago educativo y social y sobrevivencia económica elemental, difícilmente podrá erradicarse el modelo de sistema político obsoleto y excluyente de la nación. Sin embargo, pese a la insistencia estructural en dicho sistema anacrónico, populista y retórico que mantienen los grupos de poder económico tradicional con la ayuda funcional de sus ahora llamados “adversarios”, también se abren nuevos espacios a diversas formas de pensamiento para hacer política y alcanzar niveles de desarrollo de la nación a través del avance del sistema político. Debida cuenta, no son los avances o despliegues tecnológicos los que transforman la política nacional, eso, es solo una ilusión de la democracia que únicamente revela circunstancialidades de desarrollo técnico efímero y virtual.
Precisamente, al respecto de la instalación de sistemas políticos sincrónicos, modernos y particularmente representativos de las nuevas demandas y transformaciones de las sociedades actuales, los mismos países poseedores de los estados dependientes y tercermundistas como el salvadoreño, exigen reconformaciones en los partidos políticos tradicional e históricamente formateados a la usanza del dominio de pequeños feudos y señoríos, lo cual sin duda se revela en su pensamiento y práctica política. Aquí y ahora, en pleno siglo XXI, esta parece ser la condición sine qua non de los partidos políticos salvadoreños que se aferran a estrategias organizativas y estructurales ortodoxas y anacrónicas en una sociedad acostumbrada y culturalmente formateada para hacer de ese anacronismo político su propio refugio de diversión y disipación de su dura realidad de sobrevivencia. No cabe duda que la cultura nacional de votar por partidos políticos que siempre ofrecen lo mismo puede arrojarnos varias lecturas. La primera y quizás, la más ingenua, es suponer que aunque se trate de las mismas ofertas, queda la esperanza de que serán cumplidas. La segunda tiene que ver con un fenómeno por demás desafortunado. Se trata de suponer que esta sociedad, debida cuenta de los graves y arraigados rezagos del estado nacional que limita el desarrollo y progreso, la sociedad continua adoptando y asimilando una actitud de cinismo político consigo misma en la que, contrariamente a demandar con más ímpetu sus derechos, se apresta a ser parte del show político que los mismos partidos políticos le facilitan, en tal caso, nos enfrentaríamos a una sociedad sin rumbo, sin proyecto, sin identidad y peor aún, sin perspectiva de vida. En tales condiciones, muy difícilmente puede estructurarse el concepto de nación debido a la asimilación de la cultura de la inmediatez, el oportunismo, la deslealtad, la improvisación y otras tantas conductas propias de una sociedad abandonada a su propia suerte y a la apatía de sus propios problemas. Finalmente, una tercera lectura supondría que a pesar que la sociedad conoce sobre la incapacidad, corrupción, retórica y limitaciones conceptuales de la esfera de los partidos políticos, continua votando por esos mismos partidos debido a su propia disolución como sociedad civil convertida históricamente en sociedad mecanizada, apática e imaginaria, es decir, el supuesto teórico de pensar la existencia de una sociedad civil que no es una sociedad civil sino el símbolo imaginario de la misma.
La renovación de los partidos
Sin lugar a dudas las recientes elecciones en El Salvador dejan al menos dos grandes reafirmaciones. La primera consiste que resulta impostergable que los partidos políticos admitan que requieren de RENOVACION INMEDIATA y la Segunda, que no puede existir partido político sin PROYECTO POLITICO PROPIO. Al respecto de la Renovación, conviene insistir que la modernidad exige cambios en los modelos de organización política tanto en el plano ideológico como práctico y humano. Para el caso de este país, pensar un partido que no se renueve en la esfera de su organización (mecanismos, metodologías, estructuras, técnicas y procesos) implica que la política se dogmatiza, se vuelve estática, improductiva y anacrónica cuando las cúpulas o dirigencias crean sistemas y mecanismos que los mantienen siempre en el poder reciclando sus funciones, es decir que sus miembros pasan de ALCALDES A DIPUTADOS Y DE DIPUTADOS AL PARLACEN, y de nuevo a ser alcaldes o diputados. Dicho comportamiento político refiere la reproducción de formas de poder que indican imperiosamente el más claro absolutismo antidemocrático y represor de las nuevas ideas aunque teórica y retóricamente le llamen “centralismo democrático”.
Pero el asunto de la Renovación no solo se mide por la corrupción, la prepotencia, altanería y concentración de poder de las cúpulas partidarias, sino también en los mismos diseños piramidales de las estructuras de los partidos, en sus tristes y precarios enunciados filosóficos, metodológicos, prácticos y conceptuales que reflejan sobremanera una estrecha visión, sin perspectiva de modernización y civilización política. Se confiere a su misma práctica política, la cotidianidad de sus experiencias sustentadas en el voluntarismo, la inmediatez, la improvisación y la resolución de problemas inmediatos que dada sus formas de resolución terminan por repetirse constantemente tanto en la vida política, económica, cultural y social. Así sucede con las emergencias del país que cada año se repiten, condición que refleja sin equivocación la incapacidad y clara deficiencia de quienes las dirigen o de quienes hacen de las instituciones gubernamentales su propio nicho económico. Ciertamente, la asimilación de dicha cultura resulta de más de 500 años de servidumbre y esclavitud heredados del Colonialismo y reproducido ideológica y materialmente por algunos grupos de poder económico. Así como sucede en el plano de lo político, así sucede en el plano de lo social. El Salvador ha sido el laboratorio perfecto de decenas de organismos y gobiernos internacionales. Aquí se han aplicado cientos de experimentos en materia educativa, económica, salud, medioambiente, medicamentos, en fin, todo ello como producto de un estado político indiferente y apático a los intereses nacionales y particularmente, como producto de los intereses económicos de individuos, grupos y sectores de la llamada “izquierda” o “derecha” que curiosamente viven o se han enriquecido de la política y de los partidos políticos. En tales condiciones, la defensa de lo nacional, la identidad y el llamado nacionalismo no es más que simple retórica ideológica que trata de vender símbolos que a muy pocas personas interesan. La Renovación de los partidos políticos implica, además de la transformación de su falsa identidad de ser representantes de los intereses nacionales, la obligatoriedad por el desarrollo de su propio pensamiento, la incorporación urgente de aprender, conocer y convertir la política en una de las expresiones más acabadas del conocimiento común y científico al que históricamente se han opuesto y menospreciado por temor a perder el control del poder. La Renovación implica la reconformación de lo que llaman “sistema político salvadoreño” que en resumidas cuentas no parece ser más que la distribución interna de los beneficios materiales que otorga vivir de la política. Dicho “sistema”, no existe. Por el contrario, lo que hace funcionar en la política la distribución de los bienes nacionales tiene que ver con la básica administración de pequeñas isletas del “sistema” y las eventuales, efímeras y esporádicas improvisaciones, incorporaciones o adopciones de modelos, técnicas o procesos operativos en algunas de esas isletas. Eso genera la apariencia de que el “sistema” existe y que desde luego se fundamenta en la “institucionalidad”, concepto por demás muy mal entendido, ya que la institucionalidad solo se alcanza mediante la identificación de los individuos con todas aquellas formas jurídicas, políticas, económicas, culturales o sociales que el estado o el sector privado ofrecen para su desarrollo.
La necesidad de partidos políticos con proyectos políticos propios
Sin ninguna duda, los partidos políticos sin proyecto político propio se condenan a su propia reducción o desaparecimiento, sobre todo de aquellos que emergen con autoproclamas de vanguardismo, representatividad popular o asumiéndose como “sujetos” de transformación. LOS PARTIDOS POLITICOS NO PUDEN ASUMIRSE COMO SUJETOS, CONSTITUYEN EN SI MISMOS, POR ONTOLOGIA, EL OBJETO PARA LA TRANSFORMACION. PENSARSE COMO SUJETO SIGNIFICA CONFUNDIR LA HISTORIA Y A QUIENES LA HACEN: LOS SERES HUMANOS.
En Latinoamérica, el empirismo (que comúnmente se confunde con pragmatismo y práctica) ha sido el ejercicio cotidiano del activismo político que confunde la actividad con el pensamiento. El pragmatismo es un Método Filosófico que se plantea la validez de la verdad de otra doctrina a partir de sus efectos prácticos, naturalmente se refiere a postulaciones filosóficas no a los hechos como cosas; más bien, de estos hechos se encarga el empirismo dividido en tres formas: el empirismo positivista que consiste en materializar sistemas teóricos generales de tipo lógico propios de la mecánica clásica, es decir, considerar que los fenómenos concretos a los que la teoría es aplicable son exclusivamente comprensibles en términos de las categorías del sistema. A ello debemos agregar una especie de empirismo particularista que supone que el único saber objetivo es el de las cosas y de los sucesos concretos y finalmente, el empirismo intuicionista que sólo permite un elemento conceptual en la ciencia social y éste sólo puede ser de carácter individualizador; dicho de otra manera, frente a esta deformación del arte de hacer política, ¿qué es cultura política? El concepto aparece en 1963 con el estudio de Almond y Verba The Civic Culture. En opinión de los autores, la cultura política es el conjunto de actitudes, creencias y sentimientos que dan orden y significado a un proceso político y que proporciona los supuestos y normas que gobiernan la conducta en un sistema político, es decir, la cultura política remite a la forma en que el sistema político ha sido internalizado por los individuos y supone la existencia de un sistema simbólico que es compartido en general.... Como he señalado en otras ocasiones, la cultura política adoptada por el pueblo constituye una reproducción de la cultura de los grupos de poder, es decir, lenguaje, conductas, organización y otras tantas que se gestan en los grupos populares, constituyen las representaciones simbólicas (en algunos casos contrapuestas) de los mismos grupos de poder nacional. Los mismos temores de buena parte de los grupos de poder nacional frente a la competencia internacional se reflejan en los sectores populares y en muchos en el plano de lo local, es decir, la asimilación de una cultura del miedo reproducida en muchos de los que conducen los Partidos y por supuesto, su respectiva transmisión y herencia a sus bases partidarias.
Sin duda que reconvertir los partidos políticos implica reconvertir la historia política de este país, sobre todo porque éstos han sido el instrumento fundamental desde los cuales se ha organizado el estado nacional. Esto supone el predominio de la sociedad política sobre los intereses de la sociedad civil, es decir, la supeditación de las funciones y competencias de todos los servicios del estado en función de las disposiciones políticas que los partidos han diseñado durante más de 100 años, lo cual ha derivado en la predominancia de un estado político sobre un estado administrativo. Al respecto conviene asimilar que en el siglo XXI, el concepto de partido político debe rebasar las formas de organización y funcionamiento heredados de la Colonia y convertirse en OBJETO (instrumentos) de cambio, transformación y representación de los verdaderos SUJETOS políticos e históricos, es decir, los mismos ciudadanos. Aunque ciertamente los partidos políticos (dependiendo de la conformación histórica, cultura, proyecto de vida de quienes los conforman) pueden convertirse en INSTITUTOS POLITICOS, no debe confundirse el concepto de INSTITUTO con su INSTITUCIONALIDAD. En definitiva, Reconvertir los Partidos debe comprenderse como la modernización de sus funciones en el estado, pluralidad en su pensamiento, generación de un discurso multicausal y representativo de los símbolos de las pluri-identidades que conforman a los nuevos individuos de este siglo, superación de sus tradicionales plataformas políticas para convertirse en proyectos políticos propios que surgen a partir de las transformaciones constantes de las sociedades actuales que demandan nuevas formas de organización local y nacional.
En síntesis, la REFUNDACION DE EL SALVADOR parece ser una tarea histórica de todos los salvadoreños con visión de nación que tanto en el país como fuera del mismo, poseen el conocimiento y experiencia para Construir una Nación pluriétnica y multicultural históricamente obligada al anacronismo político y al show holliwodesco de quienes ostentan el poder y de aquellos que ahora buscan parecerles. Se trata de pensar una nación a partir de la microunidad territorial. Un proyecto de nación que se fundamente en el DESARROLLO MUNICIPAL en todos los órdenes de su propia dinámica y particularidad histórica, cultural, económica, política y social. Al respecto, como he señalado en muchas ocasiones, convendría revisar la asignación de cargos político-administrativos que no le confieren al estado ningún sentido. Tal es el caso de las GOBERNATURAS que en materia política no intervienen en ninguna de las esferas de la administración pública del estado nacional, menos aún en la producción de bienes y servicios, más bien, las GOBERNATURAS constituyen simplemente un símbolo con poco sentido en una sociedad de apenas 20,000km2. Este país, que se ufana de ser práctico en sus conductas políticas, sociales, económicas y culturales, muy poco o nada demuestran dicha practicidad siendo permisibles con la actual organización del estado salvadoreño, el cual, sin lugar a dudas, debe transformarse no solo en sus arcaicas y silvestres formas de reproducción del capital, sino también, en el pensamiento que lo administra y ordena.