Comercio de la calle y Urbanismo:
dos formas inevitables de la relación dinero-cultura
La economía mundial se reorganiza rapidamente. Se trata de nuevos modelos económicos pensados para la regionalización de formas productivas, comerciales y financieras que por supuesto obliga a todos los países a su incorporación sin importar su condición tecnológica o su propia conformación histórica. Contrariamente al modelo económico de la segunda posguerra mundial, la nueva filosofía económica determina que no debe quedar ningún país sin participar, esto significa que en países como El Salvador en donde su producción económica apenas alcanza niveles domésticos, su función en la economía mundial esta destinada a la compra de mercancías producidas por la mediana empresa asiática, europea y estadounidense, pero fundamentalmente, en facilitar un mercado en donde el dinero adquiere más valor que las mismas mercancías y su subsunción real radica en la extraganancia que genera su circulación en la industria de la construcción, comercio y sistema financiero.
El problema del modelo económico nacional
En principio de cuentas conviene señalar que el modelo económico salvadoreño se orienta predominantemente hacia el comercio, en tal sentido no tiene lógica suponer que el problema del comercio de la calle se resolverá por disposiciones políticas, más bien, por su carácter, compete a la Administración Pública el ordenamiento territorial del mismo, y las derivaciones económicas que de él se generen. El Salvador se sostiene de una economía de comercio, por tanto, a quién podría interesar producir en un país en donde las formas de sobrevivencia transitan predominantemente por la actividad mercantil o comercial. Si este país estuviese orientado hacia la producción en cualquiera de sus formas, pues simplemente toda su población se orientaría hacia esa actividad, sin embargo, con todo y los destellos industriales que aparecen y desaparecen, todo indica que este país se convierte cada vez con mas fuerza en el mercadito de productos, pero fundamentalmente del dinero como mercancía. Como hemos dicho, el caso salvadoreño contiene sus particularidades. Es evidente que el impacto de una economía transnacional está preocupando substancialmente al capital local salvadoreño. Ciertamente, las razones de su preocupación son básicas e históricas. Mucho antes de la llamada "industrialización" salvadoreña en la década del 50', la acumulación de capital se produjo a partir de formas económicas individuales en las cuáles la reproducción simple no generó riqueza nacional, por ello, en cierto modo, es natural que el capital individual desconfíe del nuevo proceso de globalización debido al temor de enfrentar a la competencia internacional que, entre otras cosas, impone nuevas reglas de mercado con nuevos valores en los precios de producción. Frente a esta situación, los capitalistas nacionales cierran filas a través de un mercado cambiario fijo en medio de una lucha interna por alcanzar mayores volúmenes productivos y transformar modelos económicos anacrónicos en nuevos modelos en donde precisamente el impacto de las nuevas reglas del mercado internacional disminuya los riesgos de descapitalización; sin duda que este conflicto es el precio que ahora se cobra la historia por el provincialismo y localismo económico sostenido durante más de tres siglos.
La Ciudad Mercado
El concepto de Ciudad-Mercado es tan antiguo como nuestras propias culturas prehispánicas, es decir, mucho más antiguo que el concepto de mercado establecido por el mundo occidental. Para el caso, las Ciudades-Mercado latinoamericanas y particularmente Mesoamericanas (desde México hasta Nicaragua) contienen en su esencia múltiples significados con elementos propios que las diferencian del modelo anglosajón. Desde los Olmecas ( Etapa Formativa: siglos XIII - III a. c.) hasta nuestros días, la majestuosidad del legado prehispánico sobre formas de organización económica, política y sociocultural se traslucen en las formas de organización, codificación y articulación que los comerciantes organizan en espacios públicos tales como la calle, el parque o la puerta de sus casas; en este sentido, el espacio utilizado para vender y comprar adquiere matices singulares que van en el orden del encuentro entre la necesidad (sobrevivencia) y la cotidianidad (cultura, interrelaciones, parentesco, y otras tantas), en las cuáles el comercio y el mercado como espacio se unen en su sentido cultural y se expresan en su organización social. Precisamente el sentido cultural constituye uno de los componentes que integran la organización social. Resulta que en la lucha por el territorio, los individuos buscan algo más que la sobrevivencia económica. Se trata de simbolismos de pertenencia, poder, prestigio e identidad que los individuos adoptan como estandarte para lograr el reconocimiento y posicionamiento por el que luchan, esto es, independientemente del diseño mercantil que impere; por ello, pese a los embates del modelo Occidental, la población aún sostiene formas sincréticas del concepto de mercado para el uso y simbolismo del mismo y por su vinculación con su espacio y de las relaciones que se generan en torno a ellos. Aquí en El Salvador, con el paso del tiempo y las nuevas tecnologías, el uso del espacio y su respectiva distribución en eso que llaman “lo urbano”, se hace más complejo. La población aumenta, sus demandas crecen, y aquellos espacios urbanos originalmente destinados a núcleos habitacionales, se han convertido en depósitos ocupacionales de menor convivencia humana. El modelo de vida individualista, la perdida del sentido de colectividad y la ausencia de identidad cultural con lo nacional han sido impuestos por las llamadas “sociedades del progreso” a la usanza anglosajona, convirtiendo las relaciones humanas en REDES TECNOLÓGICAS, las cuáles, sin menoscabo de la importancia de los avances científicos, dichas redes “modernas” deshumanizan las relaciones a tal extremo, que se multiplican los vínculos por internet y se reducen los contactos personales, comunitarios y sus subsecuentes vínculos culturales, lingüísticos y socioeconómicos. Las relaciones humanas son ahora las relaciones de las máquinas, con ello, el lenguaje se reduce y se codifica mediante iconos que disminuyen la capacidad de la lógica, entendimiento y el raciocinio.
Cultura e individualismo: la diferencia entre Economía de Mercado y Sociedades de Mercado
Como señalamos anteriormente, la sociedad mercado comprende diversos elementos de orden económico, histórico y sociocultural. En realidad, este tipo de sociedades van más allá de la simple organización productiva, comercial o distributiva, constituyen
un complejo sistema de interconexiones simbólicas de poder, prestigio, territorialidad, pertenencia e identidad que hacen del mercado un simple punto de contracción entre la subjetividad del individuo expresada en el gusto y la objetividad de la relación con las cosas expresadas en la acción de compra[1].
En términos llanos y simples, y sin el propósito de profundizar sobre el concepto de la economía de mercado en todas sus formas y contenidos, podemos resumir que dicha economía esta determinada por relaciones de compra-venta de mercancías en las que sus precios se liberan para su competencia pública sin importar su sentido social, es decir que dicho principio transforma la predominancia que debe tener el valor de uso sobre el valor de cambio. Aunque el dinero sólo constituye el instrumento simbólico que facilita el intercambio de productos, en la economía de mercado adquiere más valor el dinero que las mismas mercancías, en el mismo sentido, eso que llaman “competencia en la venta de productos” no es otra cosa que la lucha entre grandes capitalistas individuales por el control del dinero que circula en la esfera mercantil, en este caso, quien controla el volumen de capital monetario, controla las reglas del mercado y de todas las mercancías que en él circulan, incluidos el dinero, los productos, las leyes y las normas. En sociedades de alto consumo, dependientes e improductivas, las relaciones mercantiles simples de compra-venta se desequilibran como resultado del aparecimiento de un grupo dominante conformado por distribuidores que imponen sus propias reglas, en tanto el resto de comerciantes cuyo capital monetario es insuficiente, tienden a desaparecer o aceptar las condiciones mercantiles impuestas.
El estado-nación: estados supranacionales o doble dependencia ?
Cada día los estados nacionales pierden sus propias características de conformación histórica. El nuevo orden mundial planificado desde hace 50 años, obliga al surgimiento de nuevos actores en la vida nacional de todos los países, especialmente de los más dependientes. Las sociedades se transforman, y en buena parte de ellas desaparece el concepto de proletariado, obrero, y otros tantos acumulados desde hace más de 200 años porque simplemente la evolución de las mismas conlleva a la conformación de nuevas definiciones teóricas para definir a la sociedad civil y sociedad política. Al respecto, Marx ubicaba a la “sociedad civil” (SC) en la esfera privada, como parte de la infraestructura, constituida por las relaciones económicas en cada momento del desarrollo histórico; ahí se dirimían los conflictos de intereses privados; la sociedad civil se contraponía al Estado o “sociedad política”. La riqueza individual y social que permitía la acumulación y favorecía el crecimiento del capital y estaba monopolizada por una parte de esa “sociedad”
[2], dicho de otra manera, la sociedad civil alcanza niveles de abstracción en la complejidad de sus intra-intereses en donde individuos y grupos contraponen sus propias formas de participación, en este caso, el estado simplemente observa y media en el conflicto.
Hoy día, el modelo de globalización impone poco a poco las nuevas funciones del Estado, se trata de aparatos administrativos locales que resguarden los intereses supranacionales mercantiles, de hecho, las mismas normas y leyes internacionales contienen mayor validez jurídica que las propias, y su ratificación se convierte en simple protocolo de gestión política, en ello, las sociedades políticas nacionales se obligan a su inserción en la sociedad civil para sobrevivir. En este marco, las economías nacionales de los países dependientes están forzadas abrir paso al comercio globalizado sin importar sus particularidades organizativas. Con respecto a la organización mercantil que la sociedad civil adquiere, es pertinente describir la singularidad del caso salvadoreño. En este país, este comercio comprende básicamente tres tipos que se articulan en una misma conformación económica. Los puestos fijos (incluyendo establecimientos, almacenes, centros comerciales) que abastecen al comercio semifijo y éstos a los vendedores ambulantes contratados para la promoción y circulación rápida de las mercancías. Dicha distribución no significa la existencia de redes Inter-intrafamiliares, por el contrario, se han fracturado las formas culturales tradicionales mediante una práctica comercial individualizada. Este individualismo, ha obligado a la contratación de agentes externos, modificando con ello sus propios sistemas de parentesco, esto es, reduciendo las alianzas (matrimonios) entre los mismos individuos que participan en la misma actividad económica. Tradicionalmente, la participación de buena parte del núcleo familiar en la misma actividad facilitaba la ampliación de relaciones de parentesco con sus similares, en ello, las posibilidades de continuidad de su actividad como sistema heredado, alcanzaba mayores posibilidades y proporciones. Ahora, con la individualización de su comercio, el parentesco matrimonial y su subsecuente derivación se hacen mucho más difíciles. Con relación al problema del espacio, la contratación de otras personas complejizan el sistema de ordenamiento político, cultural y económico del espacio. Desde luego que unificar los intereses de los múltiples actores que intervienen en la actividad comercial revela la permanente disputa por los espacios, liderazgos, prestigio y formas de poder frente al grupo. El liderazgo se presenta de manera temporal y casi efímera frente a la voluntariedad de quienes se agrupan en pequeñas unidades de cohesión económica.
El problema de lo Urbano
Comencemos por articular la dinámica social y el modelo urbanístico que sólo busca responder a las demandas del mercado capitalista actual. Tal parece que aún con las nuevas políticas que los gobiernos municipales impulsan, esta localización territorial responde más a modelos de ciudades estructuradas de forma homogénea, que al mismo desarrollo y reconocimiento de las particularidades culturales de los grupos urbanos. Parece claro que el proceso de desarrollo económico y las exigencias de la globalización conllevan a desaparecer las múltiples particularidades que históricamente se han formado. La historia pues, no puede pensarse únicamente con relación a formas arquitectónicas, tiene en su fundamento y esencia, conformaciones sociales que en última instancia revela que “la ciudad es más que un espacio de múltiples usos, constituye empero, un modelo de civilización discrepante por su forma, heterogenia por su pertenencia, pero totalizadora por sus sistemas y vínculos”.
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Ciertamente, en El Salvador el espacio como habitat se amplía casi sin límites. Se confunde el concepto de lo urbano con urbanización, es decir, la industria de la construcción con sociedad urbana. La urbanización requiere de montajes de infraestructura propia para las actividades económicas, políticas, ideológicas, educativas y otras tantas necesarias para el desarrollo. Por su parte, la cultura urbana requiere de estructuraciones simbólicas y de conducta que indiquen la asimilación de lo urbano (normas, valores, interacciones sociales, lenguaje, usos y costumbres, etc.) que denoten el paso de una sociedad agrícola a una sociedad de nuevo orden, sin embargo, en este país, más bien encontramos una mezcla de conducta rural en busca de lo urbano. En resumidas cuentas, tendríamos que revisar el concepto de urbe y apropiarla debidamente al espacio de la ciudad ya que parece indiscutible que la llamada “zona metropolitana de la Cd. de San Salvador” no es más que un extenso paraje verde con incrustaciones simbólicas de capital industrial y comercial en la cuál, la inadecuada utilización del espacio “urbano” acrecienta con elocuencia la precaria oferta oficial al desarrollo de la cultura nacional. Frente a esta realidad, pensar el vínculo entre comercio de la calle y proceso de urbanización como una expresión de relación dinero-cultura implica aceptar en su estricto sentido socioeconómico, que el comercio de la calle constituye una expresión del quehacer cultural que encuentra su contradestino con la urbanización, por ello, la lucha por el espacio adquiere dimensiones supralocales y se expresa en el dinero como medio de vinculación entre lo cultural y lo económico, dicho de otra manera, el comercio de la calle ( independientemente de los volúmenes de mercancías y dinero que hace circular) constituye una forma de expresióncultural que predomina sobre la frecuente tendencia a considerar el comercio únicamente como un instrumento de valor comercial.
[1] Ticas, Pedro, Antropología urbana, Ed. CCC, México, 1994. Pág. 169
[2] Latapí, Pablo, La participación de la sociedad en la definición de políticas públicas de educación: el caso de Observatorio Ciudadano de la Educación, UNAM, México, Sept. 2004
[3] Ticas, Pedro, Antropología de la Ciudad, Ed. AMMT, México, 1994. Pág. 148