Antropología del suicidio y la violencia salvadoreña:
de la desesperanza a la migración
Ser salvadoreño es ser medio muerto
Eso que se mueve es la mitad de la vida que nos dejaron…
Todos nacimos medio muertos…sobrevivimos pero medio vivos (Roque Dalton)
A cerca del Suicidio y la Violencia: prenociones teóricas
También se hace violencia, cuando se obstaculiza la inteligencia, creatividad y las más elementales formas de expresión humana...no cabe duda que esa es una de las peores formas de violencia, la que se oculta en el atrevimiento de la ignorancia. Así pues, en países dependientes, la cultura del miedo impuesta por el Colonialismo explica su condición de esclavo no sólo por la explotación admitida sino por la cultura asumida…Sin duda que la construcción teórica-empírica del concepto de Suicidio y Violencia exige su continuo estudio y análisis. Se trata de construir el objeto (suicidio y violencia) a partir de su estado fenomenológico, es decir, objetivado (conciencia) para encontrar en cada uno, sus particularidades, diferencias y configuraciones. Para ello, en este breve escrito, expondremos de manera sucinta dos líneas de abordaje que me resultan substanciales. Primera, el concepto del Simbolismo que representa la realidad del todo social y segunda, la hipótesis causal de sostener que de acuerdo a los signos, todo indica que la Migración puede convertirse peligrosamente en proyecto de nación, el cual desde luego, se halla estrechamente vinculado a los fenómenos en cuestión.
Todo fenómeno natural o social requiere de formulaciones teóricas que lo interprete, analice y explique. Así sucede con el asunto del suicidio y la violencia que debe ser tratado desde distintos enfoques, realidades y escuelas de pensamiento. Sin embargo, por la brevedad con la que debe presentarse este trabajo que Co-Latino me hace favor de publicar, por ahora solo me ocuparé de los dos elementos a saber: 1) Presentar un intento teórico sobre la posible construcción del concepto de Suicidio y Violencia aplicado al caso salvadoreño desde lo que denomino Patrones simbólicos de Contrahistoria y 2) sostener la hipótesis de la probable configuración del fenómeno migratorio como proyecto de nación que debe distinguirse de Política de Nación.
En el primer caso de lo simbólico, desde el punto de vista sociohistórico, el estudio sobre el suicidio y la violencia requiere de algunas consideraciones teóricas previas. Al respecto, retomaremos algunos autores importantes. Durkheim, quizás, uno de los mayores exponentes del tema señaló la importancia e influencia del medio social en los individuos más allá de las voluntades propias (Durkheim, 1965. p. 81) y de las múltiples causas de orden subjetivo, pero también las relativas al sujeto con la descomposición social (Durkheim, 1965.p.94). Asimismo aborda la problemática cuando plantea las verdaderas relaciones que se establecen entre los hombres y la sociedad en la cual, el sentido de la solidaridad social “solidarité” (Durkheim, 1985a.p.197-207) comprende dos formas singulares. Primera, la que llama Sociedad Arcaica propia de la “solidaridad mecánica” en sociedades primitivas en donde los individuos se solidarizan por semejanza y segunda, la Sociedad Moderna propia de la “solidaridad orgánica” en la cual se alcanza la cohesión social por la solidaridad funcional los individuos (Durkheim, Ibid.p.222). Dicha sociedad constituye una expresión de la congruencia, concurrencia y articulación de la identidad nacional y en consecuencia, del alcance del quehacer de las instituciones en las cuales los individuos ven representados sus intereses y necesidades. No debe confundirse Institucionalidad con Institución. Las instituciones cambian, dependen de las voluntades y ocurrencias político-administrativas del estado debido a que se configuran en virtud del concepto de quien gobierna. La institucionalidad en cambio, solo es posible alcanzarla en tanto las instituciones responden a la concepción y producción del mundo de los individuos en su totalidad. Así entonces, la sociedad orgánica (moderna) solo es posible concebirla cuando las instituciones logran su madurez que implica intrínsecamente, la madurez de los individuos, según la cual, de acuerdo a la Doctrina Truman y su “teoría desarrollista” del “subdesarrollo” los países dependientes no pueden considerarse aptos para alcanzar la madurez social, económica, política, jurídica, institucional y cultural. Quizás por ello, el mundo anglosajón continua tratando a las sociedades dependientes como niños, premiando el buen comportamiento, obediencia y respeto a los mayores (a través de préstamos, tecnología obsoleta o defectuosa, dadivas y caridad), o castigando en cambio el mal comportamiento, la desobediencia y el incumplimiento de las tareas (inseguridad social, económica, política, administrativa y educativa).
El fenómeno del suicidio y la violencia comprende más que una expresión de sí mismo. También se halla expresado (aunque sutilmente) en las formas de trato e irrespeto de algunos países industrializados sobre los países dependientes, pobres y moribundos. El uso simbólico de la fuerza y poder sobre la dependencia no solo se expresa en las relaciones interpersonales y colectivas, sino también en las históricas políticas que los países ricos han implementado sobre los pobres. Así las cosas, suponer que el suicidio y la violencia responden únicamente a sociedades débiles, fracturadas y primitivas ha sido plenamente insostenible. Su enorme carga ideológica y racista ha generado su propia ceguera. Por ejemplo, la antigua justificación biogenética, racial, etaria o conductual del sujeto, propia de la psicología experimental anglosajona provista de subjetividad y doctrina filosófica biologicista, ha sido superada, incluso por los mismos positivistas que suponen que los hechos deben ser tratados como cosas, postulado Durkheniano que entendía el suicidio como todo caso de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto ejecutado por la misma victima (Durkheim, 1965.p.12) y del cual, la sociedad no merece ninguna implicación, en este caso, el Acto es tratado como Cosa, es decir, como acto voluntario natural deslindado del resto de la actividad social. Pero también el mismo Durkheim se encarga de otorgar a los Hechos Sociales toda la carga colectiva que merecen los mismos (Durkheim, 182.b.p.123) mediante lo que denomina Determinación Social, es decir, la actividad subjetiva de los individuos inducida y predominada por lo Social. Al respecto, Durkheim establece dos tipos de suicidio: el anómico y el egoísta. El primero corresponde al suicidio por causas económicas incontrolables. Pero también se presenta en sociedades con economías prósperas, lo que indica que el suicidio no se manifiesta por razones económicas sino por lo que llama “perturbaciones de orden colectivo” que consisten en la ruptura del equilibrio entre las necesidades de los individuos y la capacidad del estado de satisfacerlas. En dicha condición, los individuos alteran el orden prescrito fracturando las formas de equilibrio social. Por su parte, el segundo tipo se presenta en sociedades carentes de “integración social” en las cuales el individuo establece su propio arbitrio insaciable y nomotético. Ciertamente, Durkheim aborda en su primera instancia el fenómeno del suicidio en el plano estrictamente individual (Libro I) que más adelante le conduce a tipologizar las formas del suicidio en el cual aparecen nuevos elementos de orden social que van más allá de las “voluntades personales” (Libro II) para finalmente articular el suicidio con otros hechos sociales y sus respectivas formas de corregirlos (Libro III). Sin embargo, pese a la claridad social con la que Durkheim aborda el fenómeno, sus propias afectaciones emotivas generadas por el suicidio de su amigo Víctor Hommay le conducen a establecer el suicidio como un evento plenamente perteneciente a las funciones morales propias del grupo familiar de los estados modernos, moralidad enaltecida posiblemente por la fuerte carga que le produjo que su padre y abuelo fuesen rabinos judíos.
En realidad el contexto de lo social como explicación de la motivación suicida comienza aflorar en Durkheim desde su artículo “La ciencia positiva y la moral en Alemania” publicado en 1886 en el cual, quizás se presentan sus primeras exposiciones filosóficas positivistas sobre la concepción del estado y la observancia mecánico-pasiva de los fenómenos al considerar los Hechos Sociales como Cosas, lo cual evidencia la condición naturalista de la historia y en consecuencia, la interpretación mecánica de las transformaciones sociales producidas fundamentalmente por el Hacer sobre el Saber, la predominancia de lo Empírico sobre lo Teórico y la supremacía del pensamiento Concreto sobre el pensamiento Abstracto Crítico, Analítico, Propositivo, condiciones inequívocas de sociedades inmaduras, arcaicas y mecánicas.
Pero en medio de dichas concepciones, también destacan los trabajos de Durkheim en materia educativa, particularmente en Octubre de 1902 cuando imparte una conferencia en la que explica la necesidad de recurrir a la sociología y antropología de la educación como instrumentos imprescindibles para sustentar las teorías y practicas pedagógicas dado que toda educación es de naturaleza social, lo que permite pensar que los Hechos Sociales no pueden ser tratados como Cosas debido a que la actividad social es producto de la actividad humana y por tanto, producto del pensamiento individual que no aparece independiente del resto de la colectividad, sino, como una de sus propias respuestas de orden concatenado, articulado y provisto de todo lo que hace al ser humano, esto es, sus angustias, temores, miedo, alteración, gusto, sabores, colores, formas, figuras, felicidad, emociones, conductas y comportamientos. Estos últimos elementos, nos ayudan a comprender que el concepto de educación se halla intrínsecamente articulado a los modos y formas de vida que responden al Todo social e individual y que por tanto, las conductas y comportamientos no pueden ser tratadas como Cosas y menos aún, aisladas unas de otras, en tal sentido, el suicidio y la violencia no pueden ser interpretados como producto de la enajenación mental o como variable de un estado anímico colectivo o individual, más bien, resultan ser causa y producto de la organización histórica de la sociedad, resultan pues, de la configuración estructurada de distintos procesos y períodos sociohistóricos sistémicos que concatenadamente se articulan y emergen en los momentos caóticos de la sociedad cuando ésta requiere de transformación, ruptura o cambio en sus múltiples formas de organización. En síntesis, si la violencia se presenta de forma inducida, latente o directa (Ticas, 2006.p.7), el suicidio es, in situ, una forma de violencia porque ninguna de las tres se halla manifiesta de manera natural, sino como producto de la naturaleza social del ser humano.
El concepto de lo Simbólico y la identidad en el suicidio
En el mismo orden de sostener que el suicidio es una forma de violencia debido a sus diferentes manifestaciones y determinaciones provocadas por la causalidad de la sociedad en su conjunto, conviene identificar algunos tipos de suicidio que corresponden al vínculo insoslayable entre sociedad e individuo, es decir, entre el Yo y el Otro. Argumentaba Durkheim que en sociedades arcaicas o primitivas, la solidaridad mecánica se expresa en individuos que se solidarizan únicamente por semejanzas; en cambio, en sociedades complejas, maduras y modernas, la solidaridad orgánica responde más coherente y unificadamente al interés de la sociedad en su conjunto, a la institucionalidad y al progreso, a la producción de pensamiento abstracto o complejo que facilita la articulación entre las distintas funciones intelectuales o materiales, lo cual hace posible asignar el lugar apropiado al pensamiento concreto característico de sociedades inmaduras, inestables, improductivas y acientíficas. La solidaridad mecánica se expresa en sociedades en donde el estado político tiene muy poco o nada que ver con la actividad sociocultural de los individuos. Las personas no se cohesionan debido a que el estado y sus instituciones figuran de manera totalmente independiente, ajena, extraña o ilusoria frente a las realidades de vida. Sucede en estados en donde el concepto de nación no existe porque solo les induce al proceso de unificación cuando sus demandas son semejantes o cuando se requiere de su cohesión para la solución de un conflicto o para la exigencia de un derecho. Este tipo de estados involutivos o inmaduros reducen a su mínima expresión el sentido de pertenencia, identidad y perspectiva de la vida y futuro de los individuos. En el mismo sentido, los vínculos de interrelación entre sociedad civil y política se desvanecen con celeridad. La sociedad no se halla representada en lo político y la sociedad política carece de propuestas y criterios para soluciones sociales, no por carecer de argumentación, puesto que la misma realidad se la provee, sino, porque precisamente dicha sociedad no responde a su realidad sino a sus propios imaginarios y subjetividades que obstaculizan la construcción de la solidaridad orgánica, holística.
Normalmente, cuando se trata de eventos naturales, sociales, culturales, políticos, económicos o militares, las sociedades mecánicas se unifican sin que ello signifique la generación de relaciones de solidaridad orgánica. Su solidaridad permanece el tiempo que permanece el fenómeno que les reúne y agrupa por afinidad. Ese es quizás el único momento que les hace sentir en colectividad y en el cual, sus emociones entendidas como procesos físicos y mentales, neurofisiológicos y bioquímicos, psicológicos y culturales, básicos y complejos (Fernández, 2011.p.3), sus sentimientos que constituyen emociones culturalmente codificadas, personalmente nombradas y que duran en el tiempo. Secuelas profundas de placer o dolor que dejan las emociones en la mente y todo el organismo (Fernández, Ibíd.p.3), el concepto del mundo y de la vida así como sus intereses o alteraciones se revelan en lo público, esto último, traducido en sentido de pertenencia a un territorio, nacionalidad o identificación con lo Otro, con el Otro. Son precisamente estos elementos de carácter ontogenético y ontológico los que constituyen in situ las premisas del suicidio en cualquiera de sus tipos y formas, esto es, desde el suicidio fatalista (Durkheim, 1985a.p.239-245) que se presenta por la excesiva reglamentación del estado sobre los individuos, o por el suicidio altruista (Durkheim, Ibid.p.247) que revela una especie de mesianismo controlado por un individuo hacia el grupo bajo un estado de conciencia intencional y preestablecida (Imberton, 2006).
Pero resulta que también en las autodenominadas sociedades modernas, tecnológicas y de progreso el Todo Social no termina de articularse. En ellas, en medio de la presunta solidaridad orgánica emergen o irrumpen siempre elementos importantes propios de la conducta y comportamiento individual y colectivo que las convierte en sociedades en continua transformación, en ellas también la conducta se halla determinada por el Todo Social, es decir, por el determinio de lo económico, cultural, jurídico o histórico. Los individuos pues, no se suicidan por una voluntad aislada del contexto. En los individuos, lo simbólico expresado a través del ritual, sentido de pertenencia, forma de expresión, manifestación o identidad se conforma en cualquier sociedad, independientemente de su grado de desarrollo o progreso tecnológico. En el mismo orden figura un elemento substancial en la configuración del símbolo, esto es, lo que denomino Patrones Simbólicos de Contrahistoria. Consiste en la configuración de una red o sistema de tejido sociohistórico que se apropia de las voluntades y subjetividades de los individuos en un proceso de ascensión intersubjetiva que finalmente se apropia de sus identidades individualizadas, creadas y recreadas de acuerdo a su propia conformación sociohistórica. Los individuos transfieren por sistemas heredados o endoculturales una variedad de símbolos asimilados conformando con ello multiplicidad de microsistemas subsecuentes y sucesivos, interpuestos y sistémicos de comportamiento y conducta que no llegan a reproducirse en el Todo Social porque dicho Todo les niega su nivel de existencia, es decir, no les reconoce una función en la vida colectiva. La herencia histórica se convierte en su propia Contrahistoria, la historia de los otros. Se determina en los individuos en cada una de sus etapas de desarrollo biológico y social en procesos de aculturación y asimilación capaces de pasar de las representaciones a la realidad. Así, la sociedad en su conjunto se absuelve de responsabilidad y los patrones simbólicos heredados aparecen de manera independiente a las disposiciones de la sociedad. En estos patrones simbólicos se acepta la precariedad de la vida como forma de vida normal, natural. La sobrevivencia del día a día se convierte en el principal estandarte del concepto de vida y de mundo. Así, las crisis y submundos de lo económico, social, histórico y cultural de los individuos reproducidos en las unidades familiares se convierte en sus propias identidades. La Contrahistoria pues, se asimila como historia mediante una apropiación de lo que los Otros imponen de forma violenta o sutil, de manera directa o través del simbolismo subliminal. Comprende esta Contrahistoria, procesos perennes generadores de letargo social y de acomodamiento de condiciones de subsistencia de casi todas las esferas materiales e intelectuales para la vida. La vida misma se convierte en una especie de tótem anímico de los mismos individuos, grupos o colectividades de manera independiente a su condición social, étnica o de raza. Pero también la vida misma se transfigura, se materializa simplemente como una circunstancia, sin esperanza, con desesperanza.
Suicidio y violencia: la probable dicotomía surgida del concepto de nación
Sin duda que el asunto de lo simbólico que podría significar una forma de identidad en el suicidio salvadoreño es apenas una primera hipótesis que demanda mayor continuidad para convertirse en tesis teórica. Pese a ello, la lectura del fenómeno interpretado más allá del hecho, manifiesta constante crecimiento que indica a todas luces la apremiante celeridad y seriedad analítica con la que debe ser tratado. Dilucidar el suicidio como “patrón simbólico” requiere de la inclusión de lo social, jurídico, económico, cultural y político de la sociedad. Se trata de saber si las voluntades individuales del suicidio se presentan por autodeterminación o por conclusión de la dependencia, es decir, por influencia inducida y no objetivada de la organización de la totalidad social. En buena parte de sociedades latinoamericanas, sobre todo en aquellas con procesos históricos predominantemente accidentados por la constante intervención de los Otros, el peso de su propia Contrahistoria constituye in situ una primera forma de estudio del suicidio y la violencia. En El Salvador, el arrastre histórico de lo ajeno y la desidentidad ha generado en el país causa y efecto de su propia experimentación. Precisamente en lo que denomino Patrones Simbólicos de Contrahistoria, la nación salvadoreña ha sido sometida históricamente al régimen de la austeridad como condición sine que non de su propia desesperanza. Así sucede en sociedades de Paso, carentes de proyecto de nación propio, recurrentes a las ilusiones del imaginario virtual, a reconocer en los Otros lo que no se aprecia de lo propio, a exaltar lo ajeno porque la importancia de lo propio le ha sido negada históricamente, a copiar y asimilar lo extraño porque no reconoce la capacidad de lo que es suyo, al desdén de la producción teórica emancipadora porque no se interesa por su emancipación. Esto significa la desesperanza y desolación.
Como señalaba Durkheim, en sociedades mecánicas, la solidaridad no existe, lo que existe son intereses semejantes, por ello, la deslealtad, la envidia y la depredación interpersonal constituye una característica propia de una sociedad que no se construye hacia el Todo sino de pequeñas partes independientes unas de otras. A eso han destinado algunos países industrializados a casi la totalidad de las naciones pobres y dependientes, a la generación de pequeños submundos e inframundos que garanticen la condición permanente de esclavos que aceptan o asimilan rápidamente cualquier ocurrencia jurídica, económica, política o educativa de aquellos países industrializados que hacen de las sociedades dependientes sus laboratorios de experimentación a cambio de dadivas, préstamos o caridad internacional. En tales condiciones, nada está más lejos de la emancipación, no sólo por la explotación admitida sino por la cultura asumida. Pero resulta que esos submundos e inframundos que se producen en lo nacional, también aparecen y se reproducen en pequeñas unidades poblacionales que subyacen en el concepto de estado-nación, las cuales en realidad, son las que construyen dicho concepto.
La violencia del suicidio: entre la ruptura social y la migración
Sobre lo anterior, en El Salvador, posiblemente la configuración de micromundos regionales como producto de conflictos políticos y procesos migratorios constantes se acentúa con mayor especificidad. Por ejemplo, en el Oriente del país, una de las regiones más golpeadas históricamente por conflictos militares, económicos, procesos emigratorios e inmigratorios y el abandono de la agricultura entre otros, dos parecen ser los mundos de la población: su Comunidad y Estados Unidos. El primero sirve para sobrevivir y prepararse para emigrar. El espacio se convierte en estación de espera del tren de partida de la cual no se desea retorno. El proyecto de vida, el proyecto de nación probablemente se llama Estados Unidos, allá donde todos quieren ir para vivir, para morir o sobrevivir. Solo eso cuenta, eso es su porvenir. Mientras eso sucede, la comunidad de quienes se preparan para emigrar se convierte en espacio vacío de estancia temporal, inmediata. El resto de la nación no existe, por ello lo nacional no figura en sus cosmos, al igual que sus identidades se construyen temporalmente sobre lo que cada individuo genera, esto indica que la colectividad no forma parte de su contenido y su forma cultural. Así las cosas, la probabilidad de configurar un proyecto de nación conjunto, articulado y sistémico que provenga del estado político parece ser una utopía y quizás, serán las mismas micro unidades poblacionales quienes asociadas por intereses semejantes o por afinidad migratoria podrán aprestarse a la conformación de lo que Aguirre (1967:73) definía como Regiones de Refugio. Sin duda que dichas conformaciones podrán surgir debido a la carente oferta del estado político nacional que demanda más de lo que ofrece y facilita, es decir, aun tratando de aplicar lecturas economicistas simples de la oferta y la demanda, el estado salvadoreño parece no cumplir con sus mismas reglas. La demanda supera por mucho las posibilidades de una oferta política coherente, estructurada, sincrónica y diacrónica con la realidad. A ello se suma la ausencia de proyecto de nación que pese a esfuerzos que ciudadanos y algunas instituciones hacen por articular coherente e históricamente, todavía resultan aportaciones aisladas, fugaces y esporádicas frente a la ausencia de la construcción histórica y holística del país.
Precisamente, esa concepción de pensamiento concreto de la historia, del desarrollo del empirismo a ultranza, del activismo, la inmediatez, la concepción de vida de vivir el día a día sin la importancia del futuro, el desdén por lo teórico aunque al final los individuos terminen aprendiendo y realizando prácticas de quienes producen teoría, es decir, educándose de lo que desdeñan, todo en su conjunto pone en evidencia el concepto de mundo que se traduce en concepto de nación. Así también, ese pensamiento concreto se traduce en asimilación inmediata de lo ajeno que suela acompañarse de la ausencia de políticas socioculturales que fortalezcan lo nacional y lo autóctono en todas las esferas de la vida económica, educativa, jurídica, cultural y social. Frente a tal desolación, frente a la posible ruptura de la sociedad, en algunos individuos, solo se profundiza la idea de vivir el momento, el instante, nacer medio muerto y sobrevivir medio vivo (Dalton, 1974), conceptos del mundo transferidos a la sociedad, la desesperanza, a la nación convertida en estación de espera. Si dichas premisas resultaran válidas, la hipótesis de entender el fenómeno migratorio como una de las Formas de Identidad Nacional podría adquirir un lugar en el debate teórico y empírico de la migración asociada al suicidio y la violencia como producto acumulado por la desesperanza de las identidades robadas por la historia, la historia de los Otros. El suicidio no constituye una respuesta a la imposibilidad de emigrar pero constituye una respuesta a la desesperanza, a desposeer y no encontrar lo propio, a solo encontrar el olvido, la indiferencia, las cuales se convierten en condiciones básicas de la depresión, alcoholismo y esquizofrenia que solo en 2013 significan el 50%, 25% y 10% respectivamente, sumando 835 intentos de suicidio y 6,261 atenciones por depresión. A esto se agrega que por cada persona que logró suicidarse existen 20 personas más que lo intentaron (MINSAL, 2013). El problema del suicidio no consiste únicamente en determinar si el número aumenta o se reduce anual o mensualmente, la tarea principal consiste en determinar las condiciones que hacen posible la existencia del suicidio como alternativa para quienes deciden suicidarse. Dichas condiciones no deben tratarse como “Factores de Riesgo” sino como síntesis del fenómeno. Se trata de conocer y explicar quiénes, cómo y por qué se suicidan los individuos, pero sobre todo, responder sobre Qué facilita, induce o hace permisible la ruptura del Todo sin ofrecer mediación social alguna. Sólo explicando las causas podrá mediarse la intervención sobre el fenómeno, es decir, su transformación.
Si bien, el número de casos varía cada año, eso solo representa una circunstancia o posiblemente que no todos los casos son reportados y registrados, en tal sentido, es importante analizar las condiciones que hacen posible la existencia del suicidio y ofrecer una alternativa social que reduzca o desaparezca el fenómeno. La solución no es sencilla debido a que el suicidio también significa una Construcción Simbólica asimilada social y culturalmente por algunos individuos en la cual expresan su concepción del mundo y de la vida. Dicho de otra manera, aunque en ocasiones el número pareciera perder expresión, lo cierto es que las condiciones que lo han generado quedan implícitas, latentes y simbólicamente representadas en algunas de sus configuraciones socioculturales individuales y colectivas, en este caso, convendría explicar las variabilidades causales de dicho comportamiento.
Así por ejemplo, en términos numéricos, las cifras aumentan o disminuyen como Acto, como Cosa, como Hecho. Sin embargo, como señalamos al inicio, el suicidio no debe ser tratado como Hecho sino como producto social, como constructo histórico de las sociedades, como Síntesis de ese constructo. Las mismas estadísticas lo demandan. En los últimos 45 años las tasas de suicidio han aumentado en un 60% a nivel mundial. Cada año se suicidan casi 1 millón de personas…y se estima que a nivel mundial el suicidio supuso el 1.8% de la carga global de morbilidad en 1998, y que en 2020 representará 2,4% en los países con economías de mercado...”(OMS, 2012). En el mundo, El Salvador presenta una tasa de 6.5-13% por cada 100,000 habitantes (Ibíd.); mientras localmente de 2002 a 2009 el total de suicidios registrados alcanzó los 5,442 de los cuales 4,194 hombres y 1,248 mujeres (Sermeño, 2011:88). En medio de todas esas cifras poco alentadoras, las posibilidades de modificar los patrones simbólicos de Contrahistoria así como el comportamiento del fenómeno migratorio en El Salvador sostenido por la desesperanza, puede convertirse peligrosamente en proyecto de nación en las generaciones de hoy y del futuro. Aunado a ello, el asunto económico que aqueja históricamente al país, empeora. Todos los signos indican la profundización del modelo básico de la reproducción simple: la concentración del dinero en capitales individuales. Frente a esto, la posibilidad de la atención a lo social se sumerge en su propio discurso retorico y simplista. Esta economía nacional diseñada y sustentada en Formas y no en Sistema, pareciera estar diseñado por algunos grupos de poder para favorecer la migración, particularmente de sectores populares que garanticen una cultura de remesas orientada a la circulación de grandes masas de dinero lo cual incrementa el desequilibrio entre poder adquisitivo, inversión y gasto, incluso para el interés mismo de capitales individuales, dicha situación hace imposible la aplicación de Teorías del Equilibrio en una sociedad en la cual, sin lugar a dudas, la ausencia de la producción imposibilita la contrastación con el consumo y el precio, de hecho, el precio resulta tan libre como la misma doctrina de libre mercado o incluso, del mismo monetarismo impuesto por la distancia adquirida del capital circulante sobre el productivo. No importa en esa esfera, la producción de riqueza de la nación, lo que importa, es quién se hace rico en esta nación. Si dicha hipótesis resultara una verdad, aun en su carácter relativo, esto significaría que en el país solo existirían dos caminos a seguir: hacerse Rico o adquirir Fama, ambas implican el símbolo de pertenencia, prestigio, reconocimiento, posicionamiento y en algunos casos, poder.
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Durkheim, E., (1985a), La división del trabajo social, Ed. Colofón, México.
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Ticas, Pedro, (2006), Situación de vulnerabilidad de los jóvenes frente al fenómeno de la violencia, Ed. Universidad Pedagógica de El Salvador.
Fernández Poncela, A.M. (2011) Antropología de las emociones y teoría de los sentimientos, Revista Versión Nueva Época No. 26, Universidad Autónoma de México, ISSN 0188-8242.
Imberton, G.M., Citada por Hernández Ruíz, Laura, Discurso en torno al suicidio en chichi Suárez, Anales de Antropología, Vol.44, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010. Pág. 248.
Aguirre Beltrán, Gonzalo, (1987) Regiones de Refugio, Instituto Nacional Indigenista, INI-México.
Sermeño Menéndez, Ángel F., Condiciones sociales en torno al suicidio en la región occidental de El Salvador, Tesis, Universidad Nacional de El Salvador , facultad multidisciplinaria de occidente, unidad de postgrado, 2011. Pág. 94
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